^ Mario Alberto Kempes, fue el goleador de la Copa del Mundo Argentina 1978. En la foto, acaba de anotar el primer gol del partido, frente a Holanda, el 25 de junio de 1978, en el Estadio Monumental ubicado en en barrio de Nuñez, en Buenos Aires.
^ Daniel Bertoni y Mario Kempes celebran el tercer gol anotado en la final del campeonato, dejando el resultado de la final en 3 goles a 1, superando a Holanda.
^ Osvaldo César "Ossie" Ardiles, mediocampista argentino, elude al holandés Johnny Rep, ante la mirada de Rob Resembrink. Ardiles era, en esos momentos, la flamante contratación del Tottenham Hotspurs de Londres, donde haría una carrera legendaria.
^ El director técnico argentino César Luis Menotti, natural de Rosario, aquí retratado con su habitual compañero: el tabaco.
^ El dictador argentino Jorge Rafael Videla, recibe un recuerdo del título obtenido por el equipo nacional, por parte del capitán Daniel Alberto Passarella. El acto se dió el 4 de julio de 1978, en la quinta presidencial ubicada en Olivos, cerca de Buenos Aires.
^ Afiche oficial del torneo.
Escrito y narrado por Rafael Barriga
Buenos Aires, Argentina; 25 de junio de 1978, 17 horas y 35 minutos: en el estadio monumental del barrio de Núñez, el delantero argentino Mario Alberto Kempes, luego de burlar a varios adversarios holandeses, y aprovechándose de un rebote en el área, anotaba el segundo gol para la selección argentina de fútbol, en la final de la Copa del Mundo de 1978. El monumental rugía con sus 71 483 espectadores. El grito colectivo de gol resonaba en todo el barrio.
A menos de 1400 metros de distancia del estado, a esa misma hora, en la Escuela de Mecánica de la Armada, un grupo de detenidos por la dictadura que regía el país, estaban siendo sometidos a una sesión de tortura, que consistía en aplicar choques de electricidad a las plantas de sus pies y a sus genitales. “Cuando ocurrió el gol de Kempes, relató un sobreviviente de los martirios, el estruendo fue tan grande que los oficiales de la marina, que nos estaban ejecutando las torturas, suspendieron la sesión y se pusieron a celebrar y beber alcohol. Esas sesiones normalmente terminaban con la muerte de muchos a los que torturaban. Ese día, algunos de nosotros salimos vivos”. Quizás, Kempes, sin saberlo, salvó algunas vidas.
Justamente mientras ocurría el mundial de fútbol en el territorio argentino, la dictadura más sangrienta de la historia de ese país, y posiblemente de América Latina, liderada por el militar Jorge Videla, secuestraba, torturaba y asesinaba a miles de civiles –periodistas, universitarios, intelectuales, o simples ciudadanos de a pie– que osaron hablar demasiado fuerte sobre la democracia y la libertad. En Argentina, entre 1975 y 1978 fueron desaparecidos y asesinados 22 mil personas. Muchos miles más debieron salir exiliados a otros países.
En la Escuela de Mecánica de la Armada, allí donde había un campo de concentración, allí donde asesinaban a tantos, hoy en día hay un museo que resulta un espacio de denuncia del terrorismo de Estado. Lo han dejado tal como era cuando allí funcionaba el encierro, para que los visitantes puedan ver el infierno con sus propios ojos. En una de las celdas, donde seguramente agonizaban los presos políticos, permanece escrito sobre la pared, con garabatos de moribundo, las palabras “Argentina, campeón del mundo”.
Dictadura y fútbol, la relación no es nueva ni desactualizada. En un capítulo anterior de esta serie, el número dos, llamado “El saludo fascista de Mussolini”, les contamos cómo los poderes fácticos italianos usaron el mundial de fútbol para ganar adeptos. En un capítulo futuro, específicamente el número 21, les hablaré de cómo la FIFA entregó las sedes de los mundiales de Rusia y Catar de forma fraudulenta a regímenes ampliamente cuestionados por organismos de derechos humanos.
El fútbol se volvió en un arma tan poderosa, desde el punto de vista económico y político, que los poderes fácticos –y los no fácticos también– se ha enamorado de él.
Mientras Videla invocaba mentirosamente la paz, en su país había guerra. En Argentina, la junta militar observó que la realización del mundial le servía para lavar su imagen totalitaria y brutal, tanto dentro de sus fronteras como fuera de ellas.
Ese año de 1978 resultaba una excelente oportunidad política para reescribir la historia y tachar la narrativa de abusos. Con nuevos estadios, nueva infraestructura y la oportunidad de presentar una imagen de unidad nacional, Videla y sus secuaces trataron de distraer a periodistas, jugadores y turistas de la negra realidad de su país.
En complicidad con el presidente de la FIFA, el brasileño João Havelange –quien había trabajado como traficante de armas antes de ser dirigente deportivo– la dictadura argentina también manipuló las cosas deportivas del campeonato.
Los militares y Havelange usaron todos los medios posibles –y los imposibles también– para que Argentina gane la Copa del Mundo. El director técnico de Hungría señaló, a días de que comience el torneo, que “todo está dispuesto aquí, incluso el aire que respiramos, para un triunfo argentino”. El equipo francés se quejó oficialmente que, en su partido contra Argentina –en el que perdieron ajustadamente– el árbitro confesó que no tenía otra opción que favorecer a los argentinos. “Es algo de vida o muerte” dijo el colegiado a un jugador francés. La cosa olía muy rara.
En un memorable partido –uno de los más extraños de la historia del fútbol–por la segunda ronda del mundial, se enfrentaron Argentina y Perú. Argentina necesitaba ganar ese partido que por nada menos que cuatro goles de diferencia para poder acceder a la final, donde le esperaba Holanda. Si no lo hacía, el finalista sería Brasil.
Cuando la dictadura argentina vio la realidad, es decir que Argentina la tenía muy difícil, tomó acciones.
Un funcionario del gobierno argentino se comunicó con el presidente del Perú de la época, el dictador Morales Bermúdez. No se conoce el tema de la conversación, pero al poco tiempo Argentina decretó un crédito no reembolsable al gobierno peruano y la donación de 35 mil toneladas de granos, que zarparon en buques militares argentinos hacia el Callao. El dictador peruano logró telefonear al técnico del equipo, Marcos Calderón para “hacerle saber sobre la hermandad existente entre peruanos y argentinos”. Calderón alineó a varios suplentes. Antes de comenzar el partido, el propio dictador Videla –curiosamente acompañado por el político estadounidense, ex secretario de estado de Nixon, Henry Kissinger– bajó al vestuario peruano. Allí, les leyó a los jugadores un mensaje enviado por el dictador peruano. Los jugadores se sintieron intimidados. Los mediocampistas limeños José “Patrón” Velásquez y Germán “Cocoliche” Leguía señalaron que la visita fue interpretada por el equipo peruano como una amenaza. Los rumores de sobornos a los jugadores peruanos han sido insistentes a lo largo de los años.
Claro, al final Argentina ganó por 6 a 0, y así pudo jugar la final.
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Como dijimos, Holanda esperaba en la final. Antes del mundial, los holandeses tuvieron una discusión interna sobre la ética de concurrir al mundial de Argentina. Los jugadores no querían avalar, con su presencia, a la dictadura. Pero los dirigentes holandeses, advertidos de sanciones por parte la FIFA, decidieron participar en el mundial. Su estrella máxima, el mediocampista del Barcelona Johann Cruyff decidió no ir. Ya en Argentina, Holanda no fue la “naranja mecánica” que había robado los corazones del mundo del fútbol cuatro años antes. Aun así, llegaron sin demasiadas complicaciones a la final.
En el Estadio Monumental de Núñez, ese 21 de junio de 1978, pleno invierno en Argentina, había menos de 2 grados centígrados en el ambiente. El estadio estaba repleto. Cuando saltó Holanda a la cancha, hubo una silbatina que era, por decir lo menos, poco cortés. Los argentinos demoraron 10 minutos en salir a la cancha, mientras los holandeses trataban de calentarse con piques cortos y pases de balón. Luego, el capitán argentino Daniel Alberto Passarella, demoró el inicio del juego por 15 minutos más, reclamando que el holandés René van de Kerkhof llevaba un yeso en su brazo que era peligroso. Los holandeses seguían enfriándose en esa oscura tarde rioplatense.
Dura fue la batalla en el campo. Holanda pudo ganar. Estando uno a uno, en el último minuto del partido, un tiro de Rob Rensenbrink, con destino de gol, milagrosamente impactó en el madero del arco argentino. Pero en los tiempos extras, Mario Kempes, uno de los mejores delanteros de la historia del fútbol, sacó todos sus pergaminos, anotando un gol y asistiendo otro. 3 a 1, Argentina era el campeón.
Minutos después, el dictador Videla, acompañado de su esbirro, Joao Havelange, entregaban la copa al capitán argentino, mientras sonaban tonadas marciales en el estadio. En la Escuela de Mecánica, a menos de 1400 metros de allí, los verdugos pausaron, por unos minutos, sus asesinatos.
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El fútbol, otra vez, demostró que, entre sus cosas, no figura con prominencia la acción de la justicia. Puede ser que el título conquistado por Argentina haya sido arreglado, no hay suficientes pruebas para afirmarlo. No tengo dudas, sin embargo, que el torneo se jugó en condiciones anómalas y en un marco violento. Nada de esto le hace justicia a la gran tradición argentina del fútbol, que quizás, debió haber conquistado la cima del fútbol mucho antes, pues siempre tuvo jugadores excelentes y equipos poderosos. Ni tampoco le hace justicia a la gran generación de jugadores argentinos que jugaron ese mundial. Al gran arquero Ubaldo Matildo Fillol, que atajó unas pelotas inverosímiles durante todo el torneo, o a los mediocampistas Osvaldo “Ossie” Ardiles o Leopoldo Jacinto Luque, que siempre dejaron todo lo que tenían en la cancha. O a los atacantes Kempes, que hizo seis golazos en el torneo, y Ricardo Daniel Bertoni, que marcó el último gol de la final. O tampoco, quizás, a su brillante técnico, César Luis Menotti, un verdadero científico del fútbol.
La pelota se manchó en el mundial de Argentina, en 1978, pero no fue por esos excelentes jugadores, sino por el sinsentido, los crímenes y las ansias de más poder de quienes los gobernaban.
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Este programa ha sido escrito y producido por mi, Rafael Barriga. Emilio Barriga ha escrito e interpretado la música original. He usado extractos de músicas de Luis Alberto Spinetta, Charly García, Astor Piazzola –interpretado por el Quinteto Revolucionario–, Sui Generis, y Chick Corea –interpretado por Stan Getz, Tony Williams y Stanley Clarke.