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HISTORIAS DE FÚTBOL

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^ El mediocampista Sócrates Brasileiro Sampaio de Souza Vieira de Oliveira, conocido como Sócrates, y Arthur Antunes Coimbra, conocido como Zico, celebran el gol del empate frente a Italia, en el partido de segunda ronda jugado en el Estadio Sarriá de Barcelona, el 5 de julio de 1982.

^ Paulo Roberto Falcão grita el transitorio dos a dos del partido entre Brasil e Italia, considerado un clásico de la historia del fútbol. Se lamenta el delantero italiano Giancarlo Antognioni.

^ Última jugada del juego Brasil vs Italia: el defensor italiano Claudio Gentile aplica una marcación tipo hombre a hombre a Zico, que espera el tiro de esquina. Atentos a la jugada aparecen Gianpiero Marini (11) y Gaetano Scirea (7) de Italia, y el zaguero brasileño Leandro.

^ Paolo Rossi celebra el gol de apertura de la final de la Copa del Mundo de 1982 en el Estadio Santiago Bernabeu de Madrid, el 11 de julio de 1982. Acompaña la celebración Antonio Cabrini. Sufren los alemanes Harald Schumacher y Karlheinz Förster.

^ En el Nuevo Estadio de Elche, en la Comunidad Valenciana, se registró la goleada más abultada de la historia de la Copa del Mundo. El marcador cuenta una historia memorable.

^ Afiche oficial del torneo, diseñado por el artista catalán Joan Miró.

Capítulo 12:

SER CAMPEÓN ES UN DETALLE

(españa, 1982)

Escrito y narrado por Rafael Barriga

“El fútbol es arte, es diversión, es jugar a la ofensiva. Eso es lo que importa. Ser campeón es un detalle”. Esas son palabras de Tele Santana, el técnico de Brasil que ensambló una de los equipos más recordados de la historia de los mundiales, para el mundial jugado en España, en 1982. Él entendía el juego como un espectáculo. Pensaba que los jugadores debían disfrutar jugando y los aficionados viendo.

La historia del equipo de Brasil de 1982 es la historia del campeón sin corona, es la fábula de la utopía, de aquello que todos deseamos, pero que es imposible.

Aunque era un colectivo de estrellas fulgurantes, todos jugaban para el equipo: en la defensa Leandro, siempre intuitivo, nunca sistemático; Lins Gama “Junior”, batallador, corriendo por la izquierda con potencia; en el medio campo: Arthur Antunes Coimbra, conocido como “Zico”, tanta calidad tenía, que, basta decir, le decían el “Pelé Blanco”; Paulo Roberto Falcão, el Mozart del gramado, el compositor extraordinario de jugadas de gol; en la delantera Éder Aleixo de Assis, que en lugar de pierna izquierda tenía un cañón.

Liderando todo este virtuosismo estaba, con la camisa número ocho y como capitán, un personaje especial, carismático, improbable, utópico: Sócrates Brasileiro Sampaio de Souza Vieira de Oliveira, o simplemente conocido, por su condición de médico graduado, como el “Doctor” Sócrates.

Sócrates no solamente era un mediocampista talentoso, que distribuía eficazmente el balón y que marcaba goles memorables. Era también un hombre lleno de motivaciones sociales y políticas. Era el capitán del Corinthians, el equipo más popular de São Paulo, y allí creó, en ese año de 1982, el concepto de la “Democracia Corinthiana”. Junto con el presidente del club y varios jugadores, Sócrates pensaba que existía un paternalismo exacerbado, en el fútbol en general, de los dirigentes y los técnicos. Que había un universo autoritario en el fútbol. Una dictadura. Él pensaba, entonces, que los jugadores también debían ser parte de las decisiones del club.

Para eso crearon, en la Democracia Corinthiana, un sistema de gobierno autónomo, donde todos los miembros del equipo –directivos, técnicos, jugadores, médicos, utileros– decidían todos los aspectos del club, en colectivo, mediante un sistema de votación en el cual cada persona tenía un voto. Votaban sobre qué refuerzos comprar; votaban sobre qué miembros del equipo debían ser transferidos a otros clubes; votaban si debían concentrar, cuando debían viajar, en que hotel hospedarse. Los jugadores concordaban con el cuerpo técnico la forma de jugar. Todos tenían opiniones y todos respetaban la decisión de la mayoría. Fue un experimento exitoso y único en el mundo. El Corinthians volvió a ganar títulos regionales y nacionales.

Incluso, decidían en colectivo qué leyenda poner en el torso de las casacas que usaban. Y todos decidieron que, en lugar de desplegar marcas comerciales, pondrían mensajes sobre la importancia de la democracia. En esos momentos –y desde 1964– Brasil estaba regido por una dictadura militar. En los uniformes del Corinthians estaba inscrita la frase “Democracia ya”. La Democracia Corinthiana, fundada por Sócrates, recordó a millones de brasileños que votar no era un privilegio, sino un derecho.

Ese mismo aire de liberación llevó Sócrates a la selección brasileña de 1982. Allí se encontró con otros, como Zico, uno de los fundadores del primer sindicato de jugadores de fútbol de Brasil. Su juego era vivaz, atrevido. La pelota no se escondía. El juego ofensivo, vistoso era lo que había. Era el jogo bonito.

Yo tenía 10 años en ese verano del 82. Era una alegría ver por la televisión a ese equipo, navegar por el campeonato. Dos a uno a la Unión Soviética; cuatro a uno a Escocia; cuatro a cero a Nueva Zelanda; tres a uno a Argentina. Todo hecho con una gracia y una elegancia tal, que inmediatamente me enamoré del fútbol. Y no sólo me pasaba a mí. En el recreo del colegio, la muchachada toda quería jugar como Brasil en el potrero. Hacer los tacos de Sócrates, correr como Falcão, cobrar el tiro libre como Zico.

Para poder jugar las semifinales del torneo, el equipo maravilloso debía apenas empatar con el cuadro de Italia. Los italianos no andaban bien. milagrosamente pasaron a la segunda ronda sin haber ganado ni un partido. Empataron, jugando mal, contra Perú, Camerún y Polonia. En la segunda ronda ganaron apretadamente contra Argentina. La estrategia de Enzo Bearzot, su entrenador, era la opuesta a la brasileña. Esconder el balón. Defender. Tratar de salir de contragolpe.

El match se jugó en el ahora demolido estadio Sarriá de Barcelona, que quedó muy pequeño para este, que pasaría a la historia como uno de los clásicos del fútbol. Brasil era el gran favorito, pero hay una regla escrita en piedra en el fútbol mundial: quien se atreva a descartar a Italia, comete un error garrafal. En esa tarde catalana, apareció el menos esperado. El artillero italiano del Juventus, natural de la Toscana, Paolo Rossi, que apenas estaba regresando al fútbol luego de dos años de suspensión por ayudar a las mafias italianas a arreglar partidos de fútbol, remató a la puerta brasileña tres veces, y tres veces anotó. Italia era, contra Brasil, un equipo diferente del que se vio antes. Todo le salía bien. Los brasileños trataron de reaccionar. Lo hicieron. Empataron dos veces durante el partido, pero al final no quedó tiempo para oponerse al tercer gol de Rossi. Ver salir de la cancha a ese equipo fantástico de Brasil, a esos jugadores generosos, derrotados, me provocó, a mis diez años, mis primeras lágrimas de impotencia y tristeza.

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El mundial de España fue bello. España estaba saliendo de la eterna dictadura de Franco, y presentaba un ambiente nuevo. Al fin se respiraba aires de libertad. Por primera vez jugaron 24 equipos y, en general, el fútbol fue vistoso, los estadios estaban llenos, y las transmisiones de televisión llegaron a todo el mundo.

Fue el primer mundial del joven bonaerense Diego Armando Maradona, pero le fue mal. Todos sus rivales le castigaron con patadas y no pudo desarrollar su enorme talento, que, para ese momento, ya era el primero en el mundo. En un partido de la primera vuelta, alemanes y austríacos decidieron, antes de su partido, empatar, para así clasificar, ambos, a la segunda vuelta. Los 90 minutos fueron un fiasco. Los 22 hombres de la cancha se pasaban la pelota sin crear ataques, ni peligro. Fue un asesinato al fútbol.

El equipo de El Salvador llegó a España en medio de una guerra civil inmensa, que dominaba los titulares mundiales. Decenas de miles fueron asesinados en El Salvador ese año de 1982. Para colmo, los dirigentes eran corruptos. En lugar de llevar una plantilla de 22 jugadores, llevaron solo 18, para que amigos y esposas de los dirigentes se den una vueltita por España. Se robaron también las 25 pelotas oficiales “Tango España” que la FIFA entregaba a cada equipo. Los jugadores no pudieron entrenar, antes de su partido contra Hungría, porque no tenían los balones. El resultado fue catastrófico. La goleada que recibieron, por 10 a 1, frente a los húngaros, es la máxima de la historia de los mundiales. Nadie salvó a los once de El Salvador, que volvieron a su país humillados, y a lidiar con la brutal guerra existente.

En la final, Italia, que luego del impresionante triunfo contra Brasil, ganó en potencia y energía, se midió contra Alemania, que dejó por fuera, en semifinales, a Francia, en otro partido clásico, que terminó, por primera vez en los mundiales, con definición desde los once pasos.

La final fue jugada en el estadio Santiago Bernabeu, de propiedad del club Real Madrid, el 11 de julio de 1982, frente a 89 913 espectadores. Era imposible parar a los italianos. Venían con gran fuerza y el “Bambino de Oro”, Paolo Rossi estaba encendido. 3 a 1 fue el marcador final en Madrid, y en la ceremonia de premiación, el capitán italiano, el admirable arquero Dino Zoff, que ese día tenía 40 años, 4 meses y 13 días, levantaba la Copa del Mundo. Zoff es el jugador de mayor edad que ha ganado tal trofeo.

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Pasado el tiempo, sabemos que ese partido de segunda ronda entre Brasil e Italia sería un determinante crucial para todo el fútbol. Habría un antes y un después.

El fútbol no sería igual, porque nunca después ningún equipo se atrevería a ser tan amplio, tan sincero, tan democrático como el brasileño. Siempre se preferiría, en adelante, ganar a jugar bien. El fútbol preferiría siempre concentrar el poder en pocas manos. La “Democracia Corinthiana” no se repetiría nunca más.

La frase “ser campeón es un detalle”, nunca sería repetida por ser humano alguno.

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Este programa ha sido escrito y producido por mi, Rafael Barriga. Emilio Barriga ha escrito e interpretado la música original. He usado extractos de músicas de Caetano Veloso, interpretado por Tiago Lourenço, Gilberto Gil, Tim Maia, Camarón de la Isla, y Cazuza, interpretado por Ney Matogrosso.