^ Gráfica elaborada para la Copa del Mundo de 1938, por Joë Bridge.
^ Fotografía de un gol anotado por Leônidas Da Silva, de Brasil, al equipo de Polonia, en Estrasburgo, Francia, el 5 de junio de 1938.
^ Saludo de los capitanes Meazza (Italia) y Sarosi (Hungría) antes de la final jugada en el estadio olímpico de Colombes. Atestigua el árbitro francés Georges Capdeville.
^ En esta foto, que data de 1930, Jules Rimet, izquierda, muestra la copa del mundo al presidente de la Asociación Uruguaya de Fútbol, Raúl Jude. En 1954, y al retirarse como presidente de la FIFA, el trofeo pasó a llamarse "Copa Jules Rimet".
Escrito y narrado por Rafael Barriga
Se sabe que el fútbol fue inventado en Inglaterra, en la segunda mitad del siglo diecinueve. Se sabe también que las primeras potencias futbolísticas fueron, además de Inglaterra y Escocia, las naciones sudamericanas de Uruguay y Argentina.
La historia señala que fueron primero los juegos olímpicos y luego la Copa del Mundo, las vitrinas internacionales que mundializaron el fútbol.
Pero esa masificación hubiera sido imposible sin la presencia de Francia en esos primeros años.
Jules Rimet, cuyo trabajo fue importante para establecer la Copa del Mundo, fue francés. También lo fue Henri Delaunay, quien creó lo que ahora conocemos como Eurocopa de Naciones. Y también lo fue Gabriel Hanot, el periodista de la revista L’Equipe que estableció la Copa Europea de Clubes Campeones, o lo que hoy conocemos como la Champions League. De hecho, el órgano rector del fútbol, la Federación Internacional de Fútbol Asociado, FIFA, es una creación francesa. Se fundó en París, en 1904, y su primer presidente fue un francés, Robert Guerín. En 1921 fue electo Jules Rimet, que sería el presidente más longevo en la FIFA, quedándose en el cargo por 33 años.
Por ello, resultaba hasta cierto punto lógico que la tercera copa del mundo –luego de las celebradas en Uruguay en 1930 e Italia en 1934, con sendos triunfos para los locales– sea realizada en Francia.
Pero había un problema. Rimet y la FIFA habían acordado, años antes, que las copas del mundo se realizarían alternativamente, entre América y Europa. Y en 1938 le tocaba a América.
Jules Rimet era un abogado oriundo de la Borgoña, que fundó uno de los primeros equipos de Francia, el Estrella Roja; presidió la Federación Francesa de Fútbol y finalmente la FIFA. Su lugar en la historia ha sido varias veces cuestionado. Era un dirigente presuntuoso, que le puso su propio nombre a la copa de la competición que gestionó: la copa Jules Rimet. Era controversial: armaba polémica en todo momento. No era un buen diplomático: en lugar de tratar de unir al mundo del fútbol, fue un ente de división. Por ello, entre otras razones, los equipos británicos no formaron parte de las competencias de la FIFA hasta 1950. Su mayor enemigo era Pierre de Coupertin, el gestor de los juegos olímpicos de la era moderna. Jules Rimet clamaba por el profesionalismo en el fútbol. De Coupertin era el embajador del amateurismo. Ambos querían la gloria como dirigentes deportivos.
El estudioso franco-uruguayo Pierre Arrighi llama a Jules Rimet “mentiroso y mediocre”. Lean su fantástico libro “Las 36 mentiras de Jules Rimet” y sabrán todo. Aquí, les diremos solamente que los equipos sudamericanos se sintieron burlados y estafados cuando Rimet y la FIFA decidieron que la tercera Copa del Mundo no se realizaría en América, sino Francia.
Uruguay y Argentina seguían siendo potencias futbolísticas. Brasil tenía el mejor equipo de su historia, hasta ese momento. En Chile, Paraguay y Colombia el fútbol estaba en permanente crecimiento. En el Ecuador, en 1938 se formó la primera selección ecuatoriana de la historia, reunida por el Comité Olímpico Ecuatoriano, en ocasión de los Juegos Bolivarianos de Bogotá. Y en ese torneo, los tricolores ganaron su primer partido internacional de la historia: 5 a 2 contra Venezuela.
En cambio, Europa estaba al borde la guerra. El fascismo campeaba por Alemania e Italia. Incluso Austria, que tenía un equipazo, fue anexada por los nazis a Alemania y no participó en el mundial. La Copa se debió haber jugado en América.
Pero se jugó en Francia, y solo dos equipos de América asistieron: Brasil, y la improbable selección de Cuba. Los demás no participaron en señal de protesta a las mentiras de Jules Rimet. Además, asistió un país asiático, Indonesia, que en ese entonces era una colonia holandesa. El resto de países de la competencia fueron todos europeos. Los dirigentes de la FIFA habían hecho todo lo posible por marginar. Sí. No unir, no hacer un “campeonato del mundo”, sino quedarse ellos con la mina de oro.
El campeonato de Francia 1938 empezó mal. En la inauguración, celebrada en el Parque de los Príncipes, en París, el presidente de Francia de entonces, Albert Lebrun, dio el puntapié inaugural, pero falló. Le dio un puntazo al suelo y quedó varios días lisiado, entre las risas y burlas de 27 mil espectadores presentes.
Italia, que como les contamos en el capítulo anterior, había ganado el mundial en 1934, tenía sin dudas el mejor equipo. Había ganado, también, las Olimpiadas de 1936, en Berlín y continuaba dirigido por Vittorio Pozzo, un entrenador sabio y estricto.
Pero la sensación del torneo fue la joven selección de Brasil. Allí, en el centro del ataque, jugaba el mejor jugador del torneo, un centellante nativo de Río de Janeiro, de apenas un metro y sesenta y cinco centímetros de estatura, pero con la velocidad del rayo: Leônidas.
Fue el primer ídolo brasileño del fútbol. Conocido como el “Diamante negro”, Leônidas inventó la bicicleta en el fútbol, también conocida como “chilena” o “chalaca”. Jugaba en el Flamengo, donde ganó tres títulos. En Río, había una marca de chocolates y otra de cigarrillos con su nombre. Tal era su fama.
En Francia marcó 7 tantos y fue el goleador del torneo. En el mejor partido del campeonato, en octavos de final contra Polonia, el resultado en el tiempo reglamentario era de 4 a 4. La lluvia había hecho del campo de juego del estadio de Estrasburgo un verdadero lodazal. Leônidas, que no soportaba el peso de sus botas en el lodo, marcó el tanto definitivo de la victoria totalmente descalzo. Brasil llegó a semifinales, donde perdió contra Italia en Marsella, frente a treinta y tres mil aficionados que hinchaban por Brasil. Inexplicablemente no jugó, en ese partido, Leônidas. Unos especularon que el entrenador de Brasil quería guardarlo para una posible final. Otros, que había recibido una visita nocturna de enviados del dictador italiano Mussolini, y que aquellos enviados tenían cara de pocos amigos.
Italia no era, pues, un equipo popular. Su saludo fascista irritaba a los franceses. En por lo menos tres instancias, en Marsella y París, hubo manifestaciones anti-fascistas a las afueras de los estadios donde jugaba Italia. Pero los jugadores no tenían la culpa. Ellos estaban obligados a hacer lo que los dirigentes les decían. Antes de jugar la final, contra Hungría, los once de Italia recibieron un telegrama del dictador Mussolini con una simple instrucción, o una cruel amenaza: “ganar o morir”.
Al final, ganaron. Lo hicieron con sufrimiento. El partido estaba empatado uno a uno, cuando los italianos hicieron 20 minutos geniales, donde mostraron, acaso, el mejor fútbol jamás practicado hasta ese momento en la Copa del Mundo, marcando dos goles y asegurando el título, y, seguramente, salvando sus vidas.
El directivo Jules Rimet entregó la Copa. Su sueño de hacer el mundial en su casa se hizo realidad, pero el mundo del fútbol pagó muy caro ese sueño.
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Ha pasado un largo tiempo desde 1938. El fútbol se ha profesionalizado. Algunos dirían que se ha hiper-profesionalizado de tal forma, que el candor amateur, el juego como tal, han desaparecido. El fútbol es hoy por hoy una industria global que maneja miles de millones de dólares. No hay rincón en el mundo donde este deporte no despierte fabulosos intereses comerciales.
Jules Rimet, ese antiguo director de la FIFA fue el propulsor máximo del profesionalismo, y por eso chocaba con el director de los juegos olímpicos, Coupertin, que buscaba preservar el amateurismo. En gran medida, en las manos de los dirigentes –no en las de los jugadores o equipos técnicos– ha estado el destino del fútbol.
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Este programa ha sido escrito y producido por Rafael Barriga.
Emilio Barriga ha escrito e interpretado la música original.
He usado fragmentos de música de Eric Satie, interpretado por Paolo Fresu, Adrian Le Roy, y músicas de las tradiciones francesas, italianas y brasileñas.