^ El entrenador italiano Vittorio Pozzo es levantado en hombros por sus jugadores, luego de la final jugada en Roma, el 10 de junio de 1934.
^ Enrique "El indio" Guaita, de nacionalidad argentina, anota el único gol para Italia, en la semifinal jugada en Milán, en el estadio San Siro, contra Austria, el 3 de junio de 1934.
^ Raimundo "Mumo" Orsi, natural de Avellaneda, Argentina, e ídolo del Independiente de esa localidad, fue uno de los jugadores argentinos nacionalizados que ganaron la copa con Italia.
^ El DT Pozzo, junto a los jugadores Monzeglio, Bertolini, Combi, y Monti, y el asistente Carcano, antes del tiempo suplementario en la final de la Copa Mundial de 1934, en Roma.
Escrito y narrado por Rafael Barriga
Hoy les voy a contar una historia que proviene del segundo mundial organizado por la FIFA. Fue en Italia, en 1934.
Benito Mussolini era, por esos tiempos, el dictador de Italia. Su movimiento fascista estaba basado en el nacionalismo extremo y en la idea del “excepcionalismo italiano”. Así llamaba él a su concepto de que Italia era un país único y fuerte, y que podía vivir sin importaciones de ningún tipo. Él soñaba con una Italia autárquica, que dependa sólo de sí misma.
Contrataba a mafias locales de delincuentes para eliminar a sus adversarios políticos. Se calcula que su mano de hierro costó la vida de un millón de personas en los 23 años que dominó Italia.
Mussolini ya estaba 8 años en el poder cuando leyó las noticias que provenían de Uruguay, en 1930. El equipo local había ganado la primera Copa Mundial de Fútbol y las celebraciones habían sido sensacionales y el orgullo nacional había subido a los cielos para los uruguayos. Fue allí donde tuvo lo que él pensaba que era una idea genial.
De hecho, Benito Mussolini fue el primer político que vio el fútbol no como un deporte o un espectáculo, sino como una herramienta de propaganda. Empezó a luchar apasionadamente para conseguir para su país la sede del segundo mundial de fútbol. Mussolini quería que Italia sea tan poderosa como lo fue en el pasado, durante el Imperio Romano. Él pensaba que el fútbol, como lo conocemos hoy, es apenas una variante del “Calcio Fiorentino”, una competición violentísima que data del siglo XVI donde hombres armados disputaban, a palos y espadas, un balón que debía llegar hasta un arco del oponente.
No es exagerado decir que él pensaba que, para crear una unidad popular en su país, el fútbol le sería útil. La construcción de los estadios –todos magníficos, imperiales– y medios de transporte en las ciudades para los tifosi (italiano para hinchas) le daría aceptación popular.
Pero, para lograr este plan, no sólo que debía obtener la sede, sino también luego, conformar un equipo que, sea como sea, llegue a ser el campeón.
Para ello hizo dos cosas. Primero contrató a Vittorio Pozzo como entrenador de la escuadra azul. Pozzo hizo jugar a los italianos de una manera particular: entrenamientos marciales, hipermilitarizados, y un comportamiento en la cancha que denotaba esfuerzo, sacrificio y unidad. Pozzo era autoritario y solo su palabra contaba en el vestuario y en los entrenamientos. Era famoso por castigar con largos confinamientos a los jugadores que no se adaptaban a su ritmo. Pozzo fue uno de los primeros técnicos del fútbol que impuso la marcación hombre a hombre, y pensaba que el mejor ataque era tener una buena defensa y que la mejor forma de llegar al gol eran los contraataques.
La otra cosa que hizo Mussolini, es delegar a su mano derecha, Achille Starace, el mentalizador de toda la propaganda fascista en Italia, para que organice el campeonato. Starace, por ejemplo, creó el famoso saludo fascista –brazo derecho al frente y arriba, con la mano firme y extendida. Una vez que Starace convenció a Jules Rimet y al resto de la FIFA de que Italia debía ser elegida, llevó a cabo una campaña publicitaria nunca antes vista hasta ese momento en Italia. 300 mil afiches se colgaron por todo el país promocionando el “viril campeonato” –como fue extra oficialmente bautizado– y la iconografía fascista era prevalente dentro de la imagen del torneo. Hasta creó una marca de cigarrillos que se volvió la más popular: la “Campeonato del Mondo”.
Algunos países importantes del mundo del fútbol decidieron no participar. Todas las naciones británicas se quedaron en casa, y el campeón del mundo, Uruguay, se ausentó en desagravio a la baja participación europea en su propio mundial. Pero a Mussolini eso no le importaba. Mientras menos países fuertes vengan, mejor. Así se gana más fácil.
Antes de la competencia, Pozzo y el propio Mussolini no estaban conformes con el equipo. Había equipos mejores, como por ejemplo España –con su magnífico golero Ricardo Zamora– y sobre todo Austria –en la fabulosa época del wunderteam–. A Italia le faltaban jugadores diferentes.
Convocaron entonces a tres argentinos, dos jugaban en el Juventus de Turín: Raimundo Orsi y Luis “Doble Ancho” Monti, y a Enrique “El indio” Guaita, de la Roma. Los tres habían tenido carreras fulgurantes en la selección argentina. Orsi y Guaita fueron campeones sudamericanos en 1927 y finalistas olímpicos en 1928, y Monti fue el capitán de la Argentina que llegó a la final en el primer mundial en Uruguay, por lo que es el único jugador de la historia del fútbol en jugar dos mundiales con dos países distintos. Pozzo los convocó a la selección italiana, y a Mussolini no le importó que sean argentinos, a pesar de eso de “excepcionalidad italiana”. Todo sea por la victoria.
Ya en la cancha el mundial se desarrolló con no pocos escollos. En la primera fase, los estadios lucían con poco público. La estrategia de propaganda no estaba funcionando bien. “Il Duce” o “el líder”, como le decían a Mussolini, decidió hacer apariciones a los estadios en cada oportunidad para estimular a la gente a ir a los estadios. Obligó también, a todas las emisoras de radio a transmitir los partidos y decir que los estadios estaban llenos, aunque la asistencia apenas supere la media entrada.
Italia jugó en cuartos de final con España. Los españoles fueron superiores y marcaron el primer gol. Italia empató, pero no sabían cómo llegar al segundo. El empate se prologó a los tiempos extras. No había penales de definición en aquel tiempo, había que jugar un segundo partido. Italia entonces, al ver que era imposible marcarle a España, empezó a tratar de lesionar a los mejores jugadores españoles. El mejor elemento, el arquero Zamora, con dos costillas rotas y el ojo derecho cerrado por un puñetazo, no pudo jugar el segundo partido, donde el magnífico atacante italiano, el milanés Giuseppe “Pepino” Meazza marcó el gol de la clasificación italiana.
Hacia las semifinales, la cosa se puso más grave. Mussolini decidió reunirse personalmente con los árbitros que pitarían los partidos de semifinal. Se ha documentado que el colegiado sueco Ivan Elklind atendió una cena con Il Duce la noche anterior a la semifinal entre Italia y Austria, que era el mejor equipo del torneo. Y se sabe también que los organizadores instruyeron al árbitro de la otra semifinal, que se jugaría entre un gran equipo alemán y los checoslovacos, que favoreciera a cualquier equipo que él juzgue como más débil. Italianos y checoslovacos pasaron a la final, y sus rivales, Austria y Alemania protestaron álgidamente. Jules Rimet, el presidente de la FIFA, miró para otro lado.
Como era de esperarse, Italia ganó la copa en tiempos extras. Uno de los goles fue anotado por el argentino Raimundo Orzi. Muchos años después, el otro argentino, “Doble Ancho” Monti, dijo que, en el entretiempo, un emisario de Mussolini bajó al camerino muy enojado, diciendo que “habría consecuencias graves para los jugadores” si los azules no ganaban el partido.
Las radios decían que 65 mil almas coparon el Stadio Nazionale en Roma, aunque el coso tenía aforo solo para 47 mil. Rimet entregó la copa de la FIFA, y Mussolini, emocionado, bajó del palco a entregar a los chicos de Vittorio Pozzo un trofeo gigante, cinco veces más grande que la copa de la FIFA, “La Coppa del Duce”, que Mussolini había mandado a hacer. A la entrada del líder, los jugadores hicieron el saludo fascista, y todos los presentes entonaron “La Giovinezza”, el himno fascista de Italia. En Alemania ya había triunfado Hitler, en España, el nacionalista general Franco pronto triunfaría su guerra.
Tiempos muy duros vendrían para todo el mundo.
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Les hemos contando una historia donde la política totalitaria hizo interferencia directa, con resultados concretos, en este caso en el más importante torneo del fútbol.
Pero como todos sabemos, la política ha estado inmersa en el fútbol siempre. En el Ecuador, un número no menor de dirigentes, jugadores y hasta periodistas deportivos han entrado a la política. Para el fallecido periodista Jorge Rivadeneira, “el deporte ha sido usado por personajes del país como un trampolín político para llegar a la función pública”. Presidentes de la República, los alcaldes de las ciudades más importantes del país, diputados y asambleístas, pasaron varios por la dirigencia deportiva. Algunos –todos sabemos quiénes son- de conflictiva recordación para los ecuatorianos.
La política influye también, en las ligas barriales y en las hinchadas organizadas de los equipos de la ciudad.
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Este programa ha sido escrito y producido por Rafael Barriga.
Emilio Barriga ha escrito e interpretado la música original.
Hemos usado extractos de músicas de Giuseppe Verdi, Carlo Buti, Serguei Prokofiev, Phil Spitalny y música popular de la época.