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HISTORIAS DE FÚTBOL

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^ El capitán argentino Diego Maradona, alienta a sus compañeros, entre ellos al arquero Sergio Goycochea, antes del partido final del mundial jugado enn Italia, en 1990. El partido se jugó en el Estadio Olímpico de Roma, el 8 de julio.

^ Inglaterra ha perdido el partido semifinal del torneo, frente a Alemania, el 4 de julio de 1990, en el Stadio Delle Alpi de Turin. El mediocampista inglés, John Paul Gascoine, más conocido como "Gazza" muestra su frustración.

^ Carlos Alberto Valderrama, mediocampista colombiano, retratado durante el partido de primera ronda frente a Alemania, el 16 de junio de 1990, en el Estadio Giuseppe Meazza de Milán.

^ El delantero camerunés Albert Roger Mook Miller, más conocido como Roger Milla, retratado durante el partido de cuartos de final entre Camerún e Inglaterra, jugado en el Estadio San Paolo de Nápoles, el 1 de julio de 1990.

^ El mediocampista holandés Frank Rijkaard agrede con un escupitajo al alemán Rudi Völler en el partido de octavos de final jugado en Estadio Giuseppe Meazza de Milán, el 24 de junio de 1990.

^ Afiche oficial del torneo.

Capítulo 13:

Juego de lágrimas

(Italia, 1990)

Escrito y narrado por Rafael Barriga

Cuando la Copa del Mundo cumplía su sexagésimo aniversario, en 1990, el fútbol atravesaba por una crisis notable. Las tácticas defensivas eran la norma. El juego brusco se imponía. Escándalos de sobornos a árbitros y equipos no eran raros. Los hooligans de barras bravas europeas causaban destrozos por donde iban. El brasileño Joao Havelange seguía dirigiendo la FIFA como si fuera un cartel de mafiosos. El fútbol iba perdiendo.

En 1985, en un estadio de Bruselas, en Bélgica, 39 hinchas del Juventus de Italia murieron en la final de la Copa europea de clubes, aplastados por la presión ejercida por millares de hinchas del Liverpool. “La catástrofe de Heygel”, como se conoce a ese infausto episodio, provocó que los equipos ingleses sean prohibidos de jugar competiciones internacionales. Dos semanas antes, 59 personas habían muerto en un partido de la tercera división inglesa en Bradford, Inglaterra.

El 15 de abril de 1989, solo un año antes de la Copa del Mundo, en Sheffield, al norte de Inglaterra, en el estadio de Hillsborough, 97 aficionados del Liverpool murieron aplastados contra las mallas que dividían las tribunas con el campo de juego, gracias al exceso de aforo y, se pudo comprobar en una investigación posterior, a la negligencia y estupidez de la policía y los dirigentes.

El fútbol estaba matando a demasiada gente.

Por todo eso, la FIFA tomó algunas medidas que se estrenaron en el mundial de Italia, en 1990. Para evitar el exceso de tácticas defensivas, en adelante, los ganadores de los partidos ganarían 3 puntos y no 2. Se prohibió que el golero tome con sus manos un pase de un compañero, excepto cuando sea de cabeza. Ahí fue, también, cuando se inventaron la banderita del fair play que entra a la cancha con los equipos en cada partido. Para evitar a los hooligans ingleses, se determinó que el equipo inglés juegue sus partidos de grupo en la isla de Cerdeña, donde era más fácil controlarlos.

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En el estadio de San Siro, en Milán, el capitán argentino, Diego Maradona, héroe de la anterior Copa del Mundo, e ídolo del Napoli –eternos enemigos de los equipos de Milán– dio el puntapié inicial de la décimo cuarta Copa del mundo.

Pero no fueron Maradona, ni el equipo argentino los animadores de los primeros días del mundial. Fue su rival, el equipo africano de Camerún.

Camerún era la alegría del fútbol, en una época donde primaba la tristeza. Era un equipo de jugadores que no eran estrellas. Casi todos jugaban en la serie B de Francia, o en la liga local. Su único jugador reconocido era el arquero Tommy N’Kono, titular en el Club Español de Barcelona. Pero jugaban con entusiasmo, velocidad y ritmo. En ese partido inaugural, en Milán, vencieron a Argentina dando una primera sorpresa.

En el banco de suplentes del equipo estaba un delantero veterano, de 38 años de edad, natural de la ciudad de Yaoundé, que se había retirado del fútbol dos años antes, luego de una modesta carrera. Su nombre era Roger Milla. Un día, el teléfono de su casa sonó. Era el presidente de Camerún, que le pedía que saliera de su retiro y se incorpore a la selección nacional. Milla aceptó, pero los años no habían pasado en vano. Apenas soportaba jugar 30 minutos seguidos. En el segundo partido de Camerún, contra Rumania, Milla entró al campo faltando 20 minutos y con el marcador en blanco. Marcó dos goles que pusieron a su país, por primera vez para un equipo africano, en la segunda ronda de la Copa.

Allí, se enfrentarían a Colombia, un equipazo, del cual hablaré en breve. Milla entró para los tiempos extras, y allí se mandó dos goles para sellar el pasaporte a los cuartos de final. Allí se enfrentaron a los ingleses, otro equipazo. Empataron 2 a 2 en el tiempo regular, y en tiempos extras Gary Lineker, goleador del Tottenham Hotspur, marcó el desnivel desde los once pasos. Camerún había hecho historia, llegando hasta los cuartos de final. Milla, a una edad en la que la mayoría están retirados, llegó al estrellato, e ilusionó al mundo del fútbol. África, por primera vez, había llegado lejos.

Otro equipo gozoso, alborozado, era, precisamente Colombia.

No habían estado en un mundial desde 1962, pero ahora tenían un grupo de jugadores carismáticos y talentosos: el sui-generis arquero René Higuita –que muchas veces salía de su área para jugar como líbero, tomando unos riesgos monumentales, pero provocando el deleite de los espectadores–, el delantero Freddy Rincón, y, sobre todo, el mediocampista Carlos Alberto Valderrama, conocido como “El Pibe, natural de Santa Marta, al pie del Caribe colombiano. Valderrama –risos largos rubios al viento, ritmo de son montuno en su finta y su drible– imponía la calidad, el trato justo de la pelota y los pases certeros. Era algo bello ver jugar a Valderrama y a Colombia.

Colombia estaba dirigida por el odontólogo afro, nacido en la zona del Chocó del pacífico, Francisco “Pacho” Maturana. Era un pensador del fútbol, no solo un entrenador. Su filosofía era: “se juega como se vive”. Y Colombia vivía entre la abundancia y la muerte. Era un equipo generoso, y llegó a octavos de final. En su último partido de la fase de grupos, debían empatar contra el poderoso equipo de Alemania para poder clasificar. Perdían uno a cero, y llegó el milagroso minuto 92, donde Freddy Rincón clavó una daga en la defensa alemana.

“Colombia encontró su rincón” tituló, a seis columnas, el diario El Tiempo de Bogotá al día siguiente de la hazaña. Freddy Rincón, el autor de ese golazo falleció hace pocos meses, en este 2022. Pero en octavos de final, se encontraron con Camerún de Roger Milla. En el minuto 105, Milla no perdonó un error garrafal del extravagante arquero colombiano René Higuita.

Camerún y Colombia resultaron ser excepciones de buen fútbol en la Copa del Mundo de 1990. Muchos partidos eran carentes de emociones. El torneo obtuvo muy pobres resultados. Se marcaron, en promedio, apenas 2.2 goles por partido, siendo el récord más bajo de todos los tiempos. Los árbitros mostraron 16 veces el cartón rojo, un récord hasta ese momento.

Equipos como Brasil y Argentina no se salvaban. Argentina tenía a Diego Maradona jugando lesionado. Sin embargo, en el partido de octavos de final entre los dos equipos sudamericanos, con un empate a cero y faltando cinco minutos para terminar, Maradona sacó de la galera una jugada fantástica, dejando a cuatro defensores brasileños burlados y sirviendo una asistencia al delantero Claudio Paul Caniggia, que determinó el triunfo argentino.

Jugando mal, Argentina, sin embargo, lograba pasar de ronda en ronda. En cuartos de final ganaron en la serie de penales contra Yugoslavia y en semifinales pasó lo mismo contra Italia, en Nápoles. Aquel partido significó, quizás, el momento más memorable del campeonato.

Toda la población de Nápoles estaba, por esos años, inmensamente enamorada de Maradona. Cuando el diez argentino fichó, en 1984, por el Napoli, aquel tradicional equipo no pasaba de media tabla en el campeonato local. Con Maradona, los napolitanos ganaron dos trofeos de la liga italiana y un campeonato europeo. Habían tocado el cielo con las manos, y Maradona era el auténtico Dios vivificado. Quien visita Nápoles hoy, 40 años después, encuentra a una ciudad milenaria que venera a sus santos de toda la vida, y al joven de Villa Fiorito, por igual.

Ese 3 de julio de 1990, en el Estadio San Paolo, Nápoles estaba, también, dividida. Eran napolitanos, pero también eran italianos. ¿Qué pesaba más? Miren el magnífico documental “Maradona” dirigido por Asif Kapadia, donde cuenta esa divergencia multitudinaria y fascinante.

Maradona jugó su mejor partido contra Italia, y los sudamericanos, como mencioné, fueron superiores en el desempate de los penales, donde el arquero Sergio Goycochea atajo dos penales. Con pura inercia, Argentina había llegado a la final.

Allí esperaba Alemania, que había derrotado al mejor equipo inglés de las últimas décadas, liderado por un mediocampista regordete y pujante llamado John Paul Gascoigne, natural de Dunston, Inglaterra, más conocido como Gazza.

En los tiempos extras, Gazza cometió una dura falta y fue amonestado por el árbitro. Esa tarjeta significaba que aun si su equipo ganaba, él no podría jugar la final. Se hundió emocionalmente, y sus lágrimas de tristeza conmovieron al mundo, y de alguna forma reflejaban el estado general del torneo.

Sí, fue un mundial triste, y la final, jugada en el Estadio Olímpico de Roma, el 8 de julio de 1990, frente a 73 303 espectadores fue muy aburrida. Desde el principio hasta el final, los alemanes no encontraban la forma para ganar. Argentina se defendía con los dientes. Faltando solo 6 minutos para el final, y con un mediocre cero a cero, el árbitro costarricense Edgardo Codesal sancionó un penal a favor de Alemania. Para la gran mayoría de quienes vieron la jugada, no existió falta en la entrada del argentino Roberto Sensini al delantero alemán Rudi Völler. Codesal fue declarado después, persona no grata en Argentina, y el triunfo alemán –pues en capitán alemán Andreas Brehme anotó, también con los dientes, el penal– tenía un sabor de injusticia.  La medalla de plata era amarga.

En la premiación, Diego Maradona no dejaba de derramar lágrimas de impotencia y tristeza. 

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Este programa ha sido escrito y producido por mi, Rafael Barriga. Emilio Barriga ha escrito e interpretado la música original. He usado extractos de músicas de Goran Bregovic, interpretado por el Atrium String Quartet, Manu Dibango, Eddie Palmieri y La Perfecta, Aliento de perro, Leonard Cohen, interpretado por el Saint John String Quartet y Duke Ellington, interpretado por Ray Barretto con New World Spirit.