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HISTORIAS DE FÚTBOL

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^ Bobby Moore, capitán del equipo de Inglaterra, el equipo arbitral –liderado por Abraham Klein, de Israel–, y el capitán brasileño, Carlos Alberto Torres, miran caer la moneda del sorteo inicial en el partido de primera vuelta jugado en el estadio Jalisco, en Guadalajara, el 7 de junio de 1970.

^ Brasil ha ganado la Copa del Mundo, y su capitán, junto a una multitud de espectadores que han invadido la cancha, se aprestar a dar la vuelta olímpica.

^ Inmediatamente luego de terminado el partido final del mundial México 70, jugado entre Brasil e Italia, el 21 de junio, el delantero brasileño Roberto Rivelino sufrió un desmayo que asustó al cuerpo médico brasileño. Rivelino se recuperó a los pocos minutos.

^ Varios jugadores brasileños celebran un gol marcado en la final de la Copa del Mundo 1970, en el Estadio Azteca.

^ La semifinal entre Italia y Alemania, jugada en el Estadio Azteca, el 17 de junio de 1970, es considerada por muchos como el mejor partido de la historia de los mundiales. Italia terminó ganando el partido por 4 a 3.

^ Afiche oficial del torneo.

Capítulo 9:

A todo color

(México, 1970)

Escrito y narrado por Rafael Barriga

La Copa del Mundo de 1970, celebrada en México, fue la primera que fue transmitida al mundo entero por televisión. En Chile, en 1962 y en Inglaterra, en 1966, hubo transmisiones televisivas, pero apenas localmente o a unos pocos países. Pero en México, los organizadores propusieron la transmisión global con una novedad especial: los partidos se transmitirían a colores y no en blanco y negro, como era la usanza.

La historia de la televisión señala que la primera transmisión televisiva en vivo y en directo ocurrió en 1953, en Inglaterra, cuando –como lo contamos en un capítulo anterior– el once de oro de Hungría goleo 6 a 3 a Inglaterra en Wembley. Muchos aparatos de televisión se habían vendido ese año en ese país, pues el público estaba ávido de ver la transmisión en vivo de la coronación de la reina Isabel II. Los primeros partidos transmitidos a nivel regional, específicamente a ocho países europeos, fueron los de la Copa del Mundo de 1954.

Pero las transmisiones eran defectuosas. La cámara estaba muchas veces demasiado lejos de la acción y los televidentes no podían ver quién era quién en el campo. La señal se cortaba con demasiada frecuencia. Todo eso cambió en 1970, en el mundial de México.

México poseía, desde los años treinta del siglo pasado, la más importante infraestructura cinematográfica de América Latina, y las grandes estrellas también. El cine de oro de México, con María Félix, Pedro Infante, El indio Fernández, Jorge Negrete, Silvia Pinal, Cantinflas, entre muchos otros, había penetrado fuertemente en toda Latinoamérica. La televisión siguió los mismos pasos.

Cuando la televisión empezó a amenazar al cine, a principios de los sesenta, un empresario radiofónico mexicano, Emilio Azcárraga, junto a su hijo también llamado Emilio, consolidaron una cadena televisiva enorme. Para ello, fueron ayudados por los gobiernos, que en México eran todos del Partido Revolucionario Institucional, PRI.

Los Azcarraga, hombres de malas mañas, hicieron un pacto con los políticos, también de malas mañas: su monopolio de televisión no sería tocado a cambio de no criticar al PRI. Así se mantuvo el PRI en el poder en los setentas, setentas y ochentas. Así empezó, también, el imperio de Televisa. Era una cadena de televisión gigantesca, una de las más grandes del mundo. Y así, también, el fútbol y la televisión tendrían, de allí en adelante, una relación muy profunda.

Fueron los Azcarraga, y su acólito número uno, Guillermo Cañedo, empleado de ellos y luego dirigente altísimo de la FIFA, los que ganaron la sede del mundial para México. Convencieron a la FIFA que su imperio televisivo era tan fuerte que no solo transmitirían el fútbol a todas partes, sino que construirían hoteles y edificarían el Estadio Azteca, que albergaría 110 mil espectadores. La FIFA le creyó todo a Azcarraga y a Cañedo, y le otorgaron la sede sin chistar. El gobierno mexicano, presidido por Díaz Ordaz, puso un satélite en órbita, para enlazar la señal a todos los países, lo que costó millones al fisco mexicano, aunque todas las ganancias del torneo y de los derechos televisivos de todo el mundo fueron a parar a Azcarraga, que a partir de allí se convirtió, con Televisa, en el primer billonario de los medios de comunicación en Latinoamérica. Díaz Ordaz pasó a la historia no solo como el que le puso la alfombra roja a Televisa, sino sobre todo, como el líder que mando a acribillar a 400 universitarios en la Masacre de Tlatelolco, en 1968.

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Los equipos de Brasil e Inglaterra eran los máximos favoritos para ganar la novena copa del mundo. El azar hizo que jueguen en el mismo grupo de la primera fase. Pero antes de llegar a México, ambos equipos enfrentarían duros momentos.

Los ingleses, para aclimatarse a la altura de México, decidieron hacer unos partidos de ensayo en Quito y en Bogotá.

Los campeones del mundo reinantes, con todas sus estrellas: Bobby Moore, Bobby Charlton y el magnífico arquero Gordon Banks, jugaron contra la selección ecuatoriana –que alineó con, entre otros, el zaguero Enrique Portilla, el mediocampista Polo Carrera y el puntero Armando “Tito” Larrea. Los 29 mil espectadores que se dieron cita en el Estadio Olímpico Atahualpa, el domingo 24 de mayo de 1970, vieron como los ingleses, a medio gas, vencieron a la débil selección ecuatoriana por 2 a 0.

Los ingleses también jugaron en Colombia, venciendo en Bogotá por 4 a 0.

En el hotel Tequendama, donde se alojaban, algo muy extraño ocurrió. La estrella máxima del equipo inglés, Bobby Moore, fue acusado por los administradores de una joyería cuyo local estaba dentro del hotel, de haberse robado un brazalete de oro macizo, adornado con esmeraldas y diamantes. La policía llegó. Moore fue detenido. La delegación inglesa estaba furiosa. Pensaban que era una trama sudamericana para desmoralizar al equipo. Un conflicto diplomático se armó entre Colombia e Inglaterra. Los ingleses decidieron que toda la delegación inglesa tome el primer avión a México, dejando atrás a Moore, que estaba bajo custodia policial. Faltaba solo una semana para el debut en el mundial.

Finalmente, tres días después, y en medio de un ambiente muy caldeado, Moore fue puesto en libertad. No se encontraron suficientes pruebas del robo. Moore se unió a sus compañeros, que ya estaban en Guadalajara, justo a tiempo para el mundial. Antes de su muerte, en 1993, Moore confesó que no fue él el que se hizo del brazalete, pero sí uno de sus compañeros de equipo cuya identidad no reveló.

Brasil, el otro gran favorito, al mismo tiempo, vivía su propio infierno. El técnico de Brasil, el radiodifusor João Saldanha, fue despedido solo dos meses antes del mundial. Saldanha había compilado un equipo divino. Tenía unos jugadores excelentes: Jair Ventura Filho, “Jairzinho”, ariete goleador; Gérson de Oliveira Nunez, “Gérson”, el zurdo de oro; Eduardo Gonçalves de Andrade, “Tostao”, el todoterreno; Roberto Rivelino, de quién, mucho después, Maradona diría “es el mejor jugador que he visto jugar en mi vida”. Y estaba también, como no, Edson Arantes, “Pelé”, que con 29 años estaba en todo su esplendor.

El problema no era futbolístico. De hecho, Brasil se había paseado en las eliminatorias. El problema era que João Saldanha era comunista. En una gira por Europa, antes del mundial, señaló que su país vivía una dictadura sangrienta y había presos políticos, cosa que era muy cierta. Pero eso le costó el puesto. El fútbol vive, también, de la política. Mario “Lobo” Zagallo, doble campeón mundial como jugador, asumió la dirección técnica y así, los brasileños, traumatizados por el cambio, llegaron a México.

México había preparado una verdadera fiesta. Los estadios estaban decorados con motivos tradicionales coloridos, y el pueblo mexicano se entregó al campeonato, llenando a capacidad los estadios en casi todos los partidos. Las ciudades lucían impecables y el verano mexicano era luminoso.

El torneo fue bello. Al contrario de los anteriores mundiales, que fueron excesivamente violentos, en México no hubo ni una sola expulsión. Y, sobre todo, hubo partidos memorables. En la primera fase, como dijimos, brasileños e ingleses se midieron en Guadalajara. Fue un partido jugado de poder a poder, excelentemente jugado. Bobby Moore se había recuperado de su trauma del incidente del Hotel Tequendama, y Lobo Zagallo había ganado la confianza de los pupilos. Un solitario gol, de Jairzinho, sellaría la victoria brasileña. En el primer tiempo, un impresionante y fortísimo cabezazo de Pelé, a la esquina inferior derecha del arco inglés, fue atajado de forma magistral por el arquero Gordon Banks. La jugada, una de las más famosas de la historia del fútbol, mostraba el poder ofensivo de Brasil, y la capacidad defensiva de Inglaterra.  

En cuartos de final, Inglaterra finalmente caería derrotada por Alemania, que poseía una joven figura: el mediocampista Franz Beckenbauer. En aquel partido, Gordon Banks no pudo jugar, pues su estómago había sido afectado por una cerveza en mal estado, ingerida días antes. Inglaterra ganaba con comodidad por dos a cero, pero los alemanes remontaron, con goles que, quizás, no hubieran entrado estando Banks en el arco.

El siguiente partido de los alemanes fue contra los italianos, en el Estadio Azteca. Según los críticos, aquel fue el mejor partido jugado en la historia de los mundiales. Un verdadero drama de suspenso de 120 minutos de duración, y una victoria asombrosa de Italia por 4 a 3. En el Azteca, todavía hay una placa conmemorativa a ese partidazo y a los gladiadores que lo jugaron.

La final, jugada a las 12 del mediodía del 21 de junio de 1970, fue allí mismo, en el Estadio Azteca, ubicado en la colonia de Santa Úrsula, en la ciudad de México, frente a 107 412 espectadores. Fue transmitida a 80 países del mundo. Brasil dejó sin ninguna posibilidad a Italia, y el resultado final de 4 a 1 fue enteramente justo. Pelé, Tostao, Jairzinho y Carlos Alberto marcaron los goles, uno más bello que otro. Pelé, con sombrero de charro, daba la vuelta olímpica cargado en los hombros de una multitud de aficionados mexicanos que invadieron el campo al final del juego. En sus manos, la Copa Jules Rimet, que ya era de propiedad brasileña, pues eran los tricampeones del mundial.

En el palco de prensa de aquel estadio, en aquel histórico día de 1970, estaban tres ecuatorianos. Los legendarios periodistas de los diarios El Comercio y Últimas Noticias y de la radio Quito, Alfonso Laso Bermeo y Blasco Moscoso Cuesta. Ellos reportaban minuciosamente, con un talento no sobrepasado hasta el día de hoy, los acontecimientos mundialistas, que se desplegarían a siete columnas en los rotativos. Con ellos estaba un joven productor radial y televisivo del naciente canal 8 de Quito, que enviaba al Ecuador, vía satélite, las imágenes a todo color del mundial. Él era Polo Barriga, mi padre.

A esos tres grandes periodistas ecuatorianos, va dedicado este programa.

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Este programa ha sido escrito y producido por mi, Rafael Barriga. Emilio Barriga ha escrito e interpretado la música original. He usado extractos de músicas de José Pablo Moncayo interpretado por Luca Rebola, Beethoven, interpretado por la Orquesta de Cámara de Chile, Ron Grainer interpretado por Frankie Simon, Edu Lobo interpretado por Luis Arruda Páez, Juan García Esquivel interpretado por la Orquesta Nacional de Jazz de México, y Francisco Lomuto y su orquesta de tango.