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HISTORIAS DE FÚTBOL

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^ Diego Maradona toca la gloria, levantando la copa del mundo en el Estadio Azteca de la ciudad de México, el 29 de junio de 1986.

^ Carlos Salvador Bilardo, director técnico del equipo argentino, instruye al capitán Maradona, más interesado en celebrar el segundo gol que acaba de marcar a Bélgica, en las semifinales del campeonato, jugada en el Estadio Azteca de México, el 25 de junio de 1986.

^ Jorge Burruchaga, delantero de Argentina, vence con un tiro cruzado al arquero alemán Harald Schumacher, sellando la victoria de 3 a 2 en el partido final del campeonato. Mira la jugada, con desesperación (y horror) el defensor alemán Hans-Peter Briegel.

^ Preben Elkjær Larsen, delantero danés, avanza en solitario durante un partido de la primera ronda de México 1986, frente a Escocia, en el Estadio de Nezahualcóyotl, el 4 de junio de 1986.

^ Para el mundial de 1986, FIFA encargó a la fotógrafa estadounidense Annie Leibovitz, una serie de fotografías producidas para la ocasión. Esta es una de ellas.

Capítulo 13:

8.1 grados

(mexico, 1986)

Escrito y narrado por Rafael Barriga

El mundial de 1986, uno de los más campeonatos más recordados de la historia, por poco no se juega.

El jueves 19 de septiembre de 1985, a las 7 horas y 19 minutos de México, un terremoto de 8.1 grados en la escala de Richter destruyó varios lugares del país, en especial la capital. 20 mil personas murieron, y 900 mil tuvieron que abandonar sus hogares.

México ya tenía bastantes problemas antes del terremoto. Había una emergencia económica, una inflación de más del 120 por ciento, y una deuda altísima. La gran mayoría de países latinoamericanos andaban en la misma situación, pero la de México se complicó. El terremoto había devastado las ciudades, y el presidente, Miguel de la Madrid, no era, bajo ningún punto de vista, una lumbrera.

Para colmo, México debía organizar el mundial de fútbol, que debía empezar solo ocho meses después del terremoto. La idea generalizada de los mexicanos es que la copa no podría jugarse.

En realidad, el mundial de 1986 debió haberse jugado en Colombia. Pero en 1982, el presidente Belisario Betancur, dijo que Colombia tenía demasiados problemas económicos, la guerra civil interna campeaba, y no podría construir los estadios ni las instalaciones para el mundial. Así fue como México –que ya había sido la sede del mundial dieciséis años antes– se convirtió en el primer país en oficiar el mundial por segunda vez.

Pero con el terremoto, la cosa no pintaba bien. Un grupo de ingenieros y expertos contratados por los organizadores, viajaron a México a constatar la magnitud de los daños. Milagrosamente, los ocho estadios destinados para el campeonato no sufrieron ningún desperfecto. La FIFA, que no quería problemas ni retrasos, decidió que se juegue. El pueblo mexicano tenía dudas, pero el mundial, pese a quien le pese, estaba en marcha.

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Todos sabemos el desenlace de esa, la décimo tercera copa del mundo. Se ha escrito y hablado tanto de ese mundial, de su figura máxima –el jugador argentino, natural de la Villa Fiorito, Buenos Aires, Diego Maradona– de esa espectacular resolución, de la mano de Dios, del gol del siglo, del carisma, de la fama, de la subida a los cielos del ídolo –tanto se ha escrito y se ha hablado– que en esta historia no voy a volver a decir lo que todos ya sabemos. La reciente muerte de Maradona nos ha vuelto a traer, por todos los medios, las imágenes de su gloria y, de hecho, más adelante en este programa, podrán escuchar en las voces de Carolina Sanín y Hernán Casciari, excelentes escritores, cuentos sobre el diez argentino.

No muchos hablan, en cambio, del otro gran artífice del triunfo argentino: el doctor Carlos Salvador Bilardo Digiano, natural del barrio de La Paternal, en la capital argentina. Bilardo, efectivamente, fue, junto con Maradona, el responsable directo de la conquista máxima de los argentinos. Y, debe decirse, que antes de lograrla, nadie –absolutamente nadie– creía en él.

El doctor Bilardo, joven de hogar humilde, fue ídolo del Estudiantes de La Plata. Como jugador, ganó todo: campeonato local, tres Copas Libertadores y una Copa Intercontinental. Mientras jugaba al fútbol, Bilardo estudiaba medicina. Se especializó en ginecología, pero nunca, realmente, ejerció la profesión de Hipócrates.

Como entrenador, le dio al equipo “pincharrata”, como le dicen al Estudiantes de La Plata una personalidad única y novedosa para la época. Pronto fue elegido para ser el entrenador de la selección argentina que iría al mundial 86. Su sistema se llama el “Bilardismo”. Ponía a cinco mediocampistas. Era pragmático. Lo que importar era ganar, sin importar las formas.

Había un problema. Con Bilardo, la selección argentina jugaba horrible. No solo que no ganaban, sino que además les faltaba todo. No tenían un buen sistema, no tenían buenos jugadores –excepto Maradona– y al parecer tampoco tenían mucha motivación. En las eliminatorias, estuvieron a 5 minutos de ser eliminados por Perú, y en la gira de partidos preparatorios antes del mundial, frente a rivales mediocres, no lograron concretar nada interesante. La prensa argentina lo detestaba. Pidieron con fuerza su cabeza. Hasta el presidente del país, Raúl Alfonsín, habló directamente con el director de la asociación de fútbol argentino (AFA) para que despidan a Bilardo. La AFA, a pesar de todo lo mantuvo.  

Amenazado, el doctor decidió entonces reunir a sus jugadores y retirarse por un mes a la remota población de Tilcara, en la provincia de Jujuy, en plenos andes argentinos. Allí permanecieron, aislados, por un mes entero, a dos mil cuatrocientos metros de altura, para aclimatarse a los retos que tendrían que afrontar en México, pero sobre todo para limar las asperezas en un grupo humano conflictivo. Allí entró un grupo desmotivado, y salió el futuro campeón del mundo.

Fueron los primeros en llegar a México. Estuvieron allí un mes entrenando en el sol y en la sombra, de lunes a domingo. Bilardo era un trabajador nato, un obsesivo de jugar en total concentración, un disciplinario táctico y técnico. Pero fuera del rectángulo verde, era, en cambio, una figura paternal y generosa para sus jugadores. “No tengo ninguna duda”, dijo Bilardo a los incrédulos periodistas cuando llegó a México, “somos los primeros en llegar, y seremos los últimos en irnos”.

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Argentina no era, ni de lejos, favorito en México. Allí, en ese sitial incómodo, estaba Brasil, que con Tele Santana buscaba una revancha de su eliminación del mundial anterior a manos de Italia. Los alemanes venían con un gran equipo y los franceses tenían a un Michel Platini en gran forma.

Pero una vez arrancados los procedimientos, un equipo capturó la atención: Dinamarca. Ellos llegaban por primera vez al mundial, y en los tres juegos de primera fase, se rieron en la cara del grupo de la muerte, goleando por 6 a 1 al campeón de América, Uruguay; ganando sobradamente a poderosos alemanes y dejando sin aliento a los entusiastas escoceses. Marcaron nada menos que 10 goles y su juego era poderoso, vistoso y de ataque. La dinamita danesa parecía invencible. Imitaban el fútbol total de los holandeses de la década anterior, y poseían un espíritu de equipo como ningún otro. Su mejor hombre, Michael Laudrup decía: “somos la respuesta europea a Brasil”.

En octavos de final, sin embargo, e inexplicablemente, fueron goleados por España, en un partido donde Emilio Butragueño, del Real Madrid, marcó cuatro goles. Se mojó la dinamita, pero esos jugadores quedarían en la retina de todo ese pequeño país de solo cinco millones de personas, y fueron tan influyentes que, las siguientes generaciones, han convertido a Dinamarca en animador permanente de Eurocopas (que ganaron solo 6 años después) y mundiales.

Brasil ya no poseía el encanto que mostró cuatro años antes. Zico estaba lesionado, y Sócrates no estaba fino. Aunque merecieron mucha mejor suerte, llegaron a cuartos de final, perdiendo –en un partido doloroso– frente a Francia en la tanda de penales.

La historia quiso, entonces, que el mundial de México, sea para Maradona, Bilardo y Argentina.

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México, como de costumbre, estuvo a la altura de las circunstancias como país organizador. El público otra vez, como en la primera copa del mundo que emprendieron, estuvo siempre entregado y llenando los estadios.

La Copa del Mundo reactivó, por lo menos parcialmente, la situación económica mexicana. El estadio Azteca, lleno con ciento catorce mil seiscientos doce espectadores, en el dramático partido final entre Argentina y Alemania, fue el recinto donde se escribió la historia más importante de este mundial, y quizás la del fútbol de todo el siglo veinte: la coronación de Diego Armando Maradona como el ser humano que mejor ha practicado este deporte donde, para bien y para mal, ocurren cada cuatro años terremotos de 8.1 grados en la escala de Ritcher.

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Este programa ha sido escrito y producido por mi, Rafael Barriga. Emilio Barriga ha escrito e interpretado la música original. He usado extractos de músicas de José Alfredo Jiménez, interpretado por Chabela Vargas; André Ciro Martínez y Los Piojos; Daniel Toro, interpretado por Marta Psyco; Chrissie Hynde y The Pretenders; Jean Luc Ponty, Enrique Rangel y Café Tacuba, Goran Bregovic, interpretado por el Atrium String Quartet.