^ Brasil ha ganado por primera vez la Copa del Mundo, y aunque los rostros de los jugadores no lo demuestren, en esta foto capturada luego de la final del torneo de 1958, hubo inmensa alegría en el cuadro brasileño.
^ El nuevo rey del fútbol, Pelé, no puede contener su emoción luego del triunfo brasileño contra Suecia.
^ El delantero brasileño Vavá trata de reanimar a su compañero Pelé que, luego de marcar la quinta anotación para su equipo, cayó desmayado de la emoción.
^ En el banquete de celebración luego de la final de campeonato, Pelé mira a la copa Jules Rimet, que acababa de ganar.
^ Afiche oficial del torneo.
Escrito y narrado por Rafael Barriga
Dodinho, su padre, tenía otros planes para él. Desde niño, Dodinho jugaba al fútbol, en Minas Gerais. No sabía hacer otra cosa. En 1940 su vida cambaría. Ficharía por el Atlético Mineiro, el gran club de sus sueños, y nacería su hijo Edson. En el Mineiro le fue mal. Un solo partido jugó, en el que le infringieron una terrible lesión. Y su hijo, crecía flaco e, igual que él, solo sabiendo patear la pelota. Por eso, Dodinho tenía otros planes para Edson. Quería que trabaje, y si se puede, que estudie algo. Algo que pueda sacar a la familia de la miseria del pueblo de Baurú, cerca de Sâo Paulo, en Brasil.
Entonces Edson Arantes do Nascimento fue un niño trabajador. Atendía mesas en una sala de té. Boleaba calzado en la plaza del pueblo. En los tiempos libres, construía un balón a partir de un calcetín relleno de periódicos. Solo pensaba en el fútbol. En casa le regañaban. Cuando cumplió 13 años, llegó con una sonrisa: el equipo juvenil del pueblo le había llamado a jugar. En casa se resignaron a la vocación de Edson.
Allí, sus compañeros le apodaron Pelé. Su talento era superior. Gracias a él ganaron los campeonatos juveniles de Sâo Paulo. Y cuando tenía 15 años, le llevaron a probarse en el Santos, donde, a pesar de su talla y su peso, debutó el 7 de septiembre de 1956, a los quince años, con una victoria frente al Santo André por 7 a 1, donde marcó su primer gol como profesional. Dodinho, después de todo, estaba feliz.
Pelé era distinto. Galeano escribió: “Cuando Pelé iba a la carrera, pasaba a través de los rivales como un cuchillo. Cuando se detenía, los rivales se perdían en los laberintos que sus piernas dibujaban. Cuando saltaba, subía en el aire como si el aire fuera una escalera. Cuando ejecutaba un tiro libre, los que formaban la barrera querían ponerse al revés, a la meta, para no perderse el golazo”.
El año de 1958, el entrenador de la selección de Brasil, Vicente Ítalo Feola, que debía viajar con el equipo al sexto mundial de fútbol, a celebrarse en Suecia, convocó al joven jugador del Santos, para que pueda ganar experiencia. No se imaginaba lo que vendría.
Antes de tomar el avión a Suecia, la Confederación Brasileña de Fútbol realizó, mediante un sicólogo, exámenes de “evaluación de inteligencia y equilibrio sicológico a los jugadores”. Luego de las debacles del Maracanazo de 1950, y Suiza en 1954, los brasileños no querían mentes débiles. Pelé marcó 68 de 123 puntos en el examen. Otro jugador, Manuel Francisco dos Santos, apodado Garrincha, marcó solo 50 puntos. “Pelé es demasiado infantil, sentenció el sicólogo. Y Garrincha es analfabeto. No deben ir a Suecia”. El técnico Feola desobedeció al facultativo. Los llevó, de todas maneras, a Suecia. Les tenía fe. Nunca se arrepentiría.
Dieciséis equipos aterrizaron en Estocolmo en el verano de 1958. Los tiempos estaban cambiando. Potencias de hace pocos años, como Uruguay, Italia y España no lograron calificar. Los uruguayos cayeron por 5 a 0 en su visita a Asunción, y varias cabezas del fútbol uruguayo cayeron. Había terminado una etapa dorada.
Para los europeos, la novedad principal fue que once partidos del torneo serían transmitidos por televisión en vivo. Dos cosas ocurrieron: cientos de espectadores alemanes cancelaron sus viajes con el propósito de ver en persona a su selección cuando se enteraron de la televisación, y la compañía de aparatos Telefunken hizo el negocio de su vida. Vendieron en un mes toda la existencia de sus fábricas. Había llegado la era del fútbol por televisión que, como lo veremos en un capítulo posterior, cambió por completo al deporte.
Los brasileños eran favoritos. Llegaban con estrellas: Nilton Santos, la enciclopedia del fútbol, que igual memorizaba todas las estadísticas de su deporte como practicaba todas las tácticas y las estrategias; Vavá, delantero del Atlético de Madrid, apodado “Pecho de acero” por su forma briosa de marcar múltiples goles en un partido dado. Didí, del Botafogo, inventor de la “folha seca” u “hoja seca”, pues el efecto irrepetible que le daba al balón, cuando pateaba de media distancia, de pronto trazaba una parábola imposible para cualquier portero. Mario “Lobo” Zagallo, del Flamengo de Río de Janeiro, el único hombre del mundo que logró, durante su vida, dos títulos mundiales como jugador, uno como director técnico y otro como coordinador deportivo. Hideraldo Bellini, líder de la defensa brasileña y capitán del conjunto. Y todos jugaban para el equipo. No había egoísmos.
Nadie hablaba del joven Edson Arantes ni del puntero Manuel Garrincha. Eran suplentes, jóvenes e iletrados.
Pero cuando Brasil, en la primera fase del torneo, no pudo ganar a un disminuido equipo de Inglaterra, y se vio en la obligación de ganar a la Unión Soviética para acceder a los cuartos de final, tres jugadores del plantel, Bellini, Nilton Santos y Didí se reunieron con el técnico Feola. Pelé y Garrincha debían entrar, demandaron los jugadores. Feola acepto. En el partido contra los soviéticos, Brasil dio un espectáculo fenomenal. Garrincha hacía lo que quería por el sector derecho, con fintas y regates, y Pelé distribuía las pelotas de forma magistral. Vavá convirtió dos goles gracias a asistencias de los exsuplentes. Un comentarista británico escribió: “es el mejor equipo que he visto desde el Once de oro de Hungría”.
El otro favorito de la competencia era el equipo argentino. Habían arrasado en la Copa América del año anterior, llamada en ese entonces Campeonato Sudamériano de Fútbol, y tenían excelentes jugadores: Humberto “el Bocha” Maschio, un exquisito armador; Valentín Angelillo, que encarnaba la figura de un goleador serial; Enrique Omar Sívori que era, sin saberlo, un exponente adelantado de los genes maradoneanos. Sin embargo, ninguno de los tres pudo viajar a Suecia, pues los clubes italianos donde jugaban se negaron a prestarlos. Los dirigentes argentinos, llenos de confianza, dijeron que no importaba, que en Argentina sobraban jugadores.
Según la revista “El Gráfico”, “cuando el equipo argentino partió rumbo a Suecia, dispuesto a reinsertarse en la Copa del Mundo luego de un aislamiento voluntario de veinticuatro años, jugadores, dirigentes, periodistas e hinchas coincidían en una nube de exitismo: ganar ese campeonato de 1958 sería un trámite. Un juego de niños”.
Pero todo era un desorden en Argentina. En su primer partido, contra Alemania, tuvieron que jugar con las camisetas prestadas de un club local, el Malmö FC, pues no llevaron uniformes secundarios y los principales eran demasiado parecidos a los de los alemanes. Se hizo un sorteo y perdieron. Los albicelestes jugaron –cosas perversas del destino– de amarillo. Perdieron también el partido, y más tarde, serían goleados por Checoeslovaquia, por la friolera de seis goles a uno. ¡Y ellos que pensaron que el mundial era pan comido! Cuando regresaron a Buenos Aires, luego de ser eliminados en la primera ronda, los aficionados que fueron a recibirlos al aeropuerto tiraron monedas y hasta una bolsa de estiércol a los jugadores y técnicos.
En Suecia, mientras tanto, el joven Pelé, el hijo de Dodinho, daba clases maestras del juego del fútbol. En los cuartos de final, contra Gales, en el minuto sesenta y seis, Pelé tomó la pelota en el área, de espaldas al arco, y con una bajada de pecho, una media vuelta y un suave toque de volea, confundió a dos defensores galeses, para luego solo toparla con su pierna derecha y poner la número cinco al fondo de los piolines. Fue el único gol del partido.
En semifinales, frente a Francia, que tenía al gran goleador Just Fontaine, la orquesta tocó a todo pulmón. Pelé marcó tres goles con una sobriedad y categoría pocas veces vista. El resultado final fue de cinco a dos.
La final del torneo enfrentó a ese equipo de Brasil con el cuadro local de Suecia. Los suecos eran un gran equipo y tenían suerte. Habían llegado sin muchos sobresaltos a la final, que se jugó en el estadio del barrio de Solna, al norte de Estocolmo, frente a 49 737 espectadores. Era la primera vez en la Copa del Mundo que un equipo europeo se medía a un sudamericano en la final.
Aunque los suecos pasaron adelante, con un gol tempranero de Liedholm, todo el resto –y por mucho– fue para los fantásticos de Brasil. Antes del fin del primer tiempo, Brasil ya tenía ventaja, gracias a dos goles idénticos: Garrincha desborda y deja a todos los marcadores atrás, cruzamiento para Vavá, que define con tranquilidad en la boca del arco. En el segundo tiempo, el show fue de Pelé. En el minuto 9, el hijo de Dodinho convertiría el gol más bello de todas las finales de la Copa. La bajó de pecho en el borde del área, aplicó un sombrerito al primer defensa, y de cuando caía el balón, de volea, aplicó certero derechazo para convertir. Todos los espectadores del estado se levantaron de sus asientos para aplaudir. Habían sido testigos de un momento memorable.
En el último minuto, y con las cosas ya definidas, Pelé marcó nuevamente. Su impresión y felicidad fue tan grande que cayó desmayado mientras, inmediatamente luego del gol, el árbitro marcaba el fin del partido. Garrincha lo reanimó rápidamente, pero en las celebraciones inmediatas, Pelé era un mar de lágrimas. El hijo del pueblo remoto, de la pobreza y la injusticia, el hijo del padre que tenía otros planes para él, era el héroe de su nación. Brasil había derrotado finalmente a muchos años de frustración. Ahora era campeón y tenía un nuevo rey.
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Este programa ha sido escrito y producido por Rafael Barriga.
Emilio Barriga ha escrito e interpretado la música original.
Hemos usado extractos de músicas de Néstor Torres, Tom Ze, Anders Jormin, Fabiano Salek, Frédéric Borsarello, Chico Buarque de Hollanda y Jackson do Pandeiro.